Testimonios

El primero es el de un seminarista Claretiano,
compañero de estudios que escribe desde Inglaterra.


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Buckden, Inglaterra, 25 de julio de 2013

Querido Kiko:

No sé muy bien cómo empezar… Me piden quienes más te quieren que escriba unas líneas sobre ti. Y lo intento. Pero el papel en blanco me quema entre las manos… Yo querría —bien lo sabe el corazón— permanecer en silencio todo el tiempo. Silencio de incomprensión y de respeto. De rebeldía y de aceptación. Silencio roto y emocionado. Silencio herido, rendido de ausencia, buscando a tientas a Dios. Quisiera estar en silencio a la vera de tu muerte. Y llamarte otra vez, en silencio, «hermano»…

Por eso, Kiko, no me tengas en cuenta estas torpes líneas, raquíticas y acongojadas, y hazme un hueco a tu lado, en silencio, tú que vives ya revestido de Palabra, encendido del todo… Y perdóname si no sé decir lo poco que conozco de tu alma o si no acierto a decirlo con suficiente amor. Al fin y al cabo te conocí en medio de la noche, a veces tan opaca, a la luz bien pobre de un cigarro o de un puñado de estrellas. Si vieras esta noche… Si vieras qué rotunda la luna allá en lo alto… Amarilla y redonda. Bendita claridad…
No fueron muchas noches. Y todas cotidianas. Más de una noche lluviosa, en unas escaleras herrumbrosas y frías… ¿Recuerdas allí mismo el viento gélido de aquella Nochebuena? Otras arriba, en la azotea, bebiéndonos a sorbos los primeros calores de la primavera. En el jardín las pocas del verano. Una en el coche, de vuelta a Colmenar, y cenando a deshoras y casi a carcajadas. Y cuatro o cinco más en cierta habitación. No fueron muchas noches. Y ya no vendrán más.

Hablamos de la vida a corazón abierto y a pies descalzos. Sin expresiones hechas, sin mucho disimulo, con poquito español, sin afección alguna, sin miedo a hacernos daño, a veces con temblor… Soledad compañera. Recuerdos de la infancia. Amores que se fueron o que nunca llegaron. Mucha pobreza dentro. Un par de grandes sueños. Algo de culpa prendida en las entrañas por no haber alcanzado a perdonar, a amar sin condiciones. Hermanos misioneros a quien tanto queremos. Una cruz dibujada en unos pantalones. Miedo siempre al acecho. El abrazo. Soledad otra vez. No entender por qué tanto y tanto sufrimiento. Risas al viento a prueba de complejos. Puede que alguna lágrima que no supimos vernos. Nuestra historia con Dios. El amor de una madre. Y su dolor. Esta vida diaria que a veces pesa tanto. Una sonrisa pícara debajo de las gafas. Alegría, en el fondo, de habernos encontrado y compartir camino… Y del Amor de Dios.

Si vieras esta noche, qué luna tan rotunda… Intento recordarte, buscar otras palabras, algo más elocuente, algo que sirva a otros… Pero vuelve el silencio tenaz al corazón. Tendrás que perdonarme si no sé decir más, si no me pongo a hablar de tus virtudes ni traigo aquí tus sueños misioneros, tu don con las personas, la China que esperabas, tus ganas de vivir… Sólo tengo memoria de las noches, recuerdo de los gestos. Los días y palabras quizá los traigan otros. Quizá vengan con Él. Yo pongo lo que puedo, lo poco que le araño a este silencio. Ya ves que no es gran cosa, pero nos hizo hermanos…
Ahora, con tu permiso, me recojo sin fuerzas en esta noche extraña desde la que te escribo, que me roba las lágrimas y a la vez me las seca… Realmente no sabemos ni el día ni la hora. Ni el modo ni el lugar. Ni cómo respirar en medio de la muerte, ni cómo responder… Ahora que estoy solo y solo en el silencio, ahora… Yo sólo pido fe. La fe sencilla y recia, humilde y entregada. La fe que sólo tienen los que han sabido amar. Fe en que el Amor no acaba con la muerte. Fe en que las aguas no pueden anegarlo. Fe en que Dios es Amor y fe en que no nos deja, no nos deja… Que estás mejor ahora, aunque no sepa verlo. Que al amparo de Dios te acuerdas de nosotros y por nosotros rezas…

Yo me quedo en silencio en esta noche nuestra, terrible y bella, noche de luna cálida, de viento fresco, de corazón de hinojos… Esta noche que habitas, con tantos, para siempre y que, sabe Dios por qué, parece clarear… Donde vendré a buscarte cuando no entienda nada, cuando te eche de menos… Donde espero encontrarte. Encontrarle. Noche y silencio… Sollozo lentamente un padrenuestro, espero la alborada, hermano, compañero…

Amén.

Adrián de Prado Postigo, cmf

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Carolina “Cuca” Carín es hermana de nuestro P. Paco Carín, actual Superior de nuestra Delegación.
Sid me ha pedido que escriba sobre Kiko, lo voy a intentar, pero no sé si podré expresar con palabras todo lo que vivimos juntos. Recuerdo el día que le conocí cuando fui a recogerle a él y a Paco al aeropuerto de Barajas.

Esos primeros días en casa ya me di cuenta de tus grandes cualidades como persona, como misionero. Me admiro la sencillez y naturalidad con la que abrazaste nuestras costumbres como solo un misionero con una vocación fuerte puede hacerlo con alegría, con interés y con ganas de conocer más.

No puedo sino recordarte como un gran misionero, que nunca perdió la sonrisa, que desbordaba bondad y amabilidad. Desde tu llegada entraste en mi corazón y en el corazón de la familia Carín. Tu humildad hizo que todo fuera muy fácil y que te adaptaras a nuestras costumbres con mucha rapidez. Siempre disponible, siempre sonriendo así te recuerdo. Me alegro de haber compartido contigo unas navidades, me alegro de que pudieras vivirlas con nosotros y me alegro por que gracias a ti volví a ir a la misa del Gallo después de muchos, mucho años. Ya estabas evangelizando sin saberlo !!!.

Hemos disfrutado de conciertos, partidos de futbol, aperitivos, comidas con la familia y amigos pero también has sabido estar cuando te he necesitado, cuando mi familia y yo estábamos pasándolo mal tú estabas allí con tu sonrisa, tu bondad con tu apoyo. Recuerdo la alegría con la que me hablabas de lo que ibas aprendiendo, de tu vocación, de cómo te sentías. Recuerdo nuestra última conversación una semana antes de que nos dejaras, nos vemos el 14 de Septiembre en Colmenar. Porque he tenido una conexión especial contigo, porque desde que te conocí te he considerado un hermano, porque durante dos años hemos sabido entendernos y has sabido cuidarme cuando lo he necesitado.

Para mi has sido un hermano, un amigo, un confidente, un referente,… has entrado en mi vida abrasando, has dejado huella. Pero ni la vida ni la muerte me va a separa de ti, porque siempre estarás en mi, en mi corazón, en cada sonrisa que salga de mis labios, en mis acciones y siempre tú alegría y tus bromas formaran parte de mi.

Gracias Kiko por formar parte de mi vida, por formar parte de mi familia, gracias por querernos, por ser amigo de mis amigos, porque contigo he descubierto lo importante que es servir y ayudar al prójimo con una sonrisa, con alegría, con amor fraterno.

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Una familia de Colmenar Viejo, donde está nuestro seminario claretiano:

Colmenar Viejo, 26 de julio de 2013
Cuando Dios nos da una semilla, se transforma en un árbol frondoso; cuando nos da una llave, resulta ser la del cofre del tesoro; cuando nos da una palabra, es siempre parte de la Palabra.

A nosotros nos dio una sonrisa sencilla, bajo los ojos rasgados de un rostro redondo y joven: el de Kiko. Con la sonrisa, un trocito de su tiempo y de su corazón, que bastaron para traer a nuestra familia la bendición de un misionero que lo era antes de ser consagrado como tal.

Misionero con los niños, gastando su tiempo y sonrisa en juegos infantiles, para ganarles en poco tiempo como hermanos. Misionero con mi mujer y conmigo, mostrando su corazón sencillo bajo las estrellas del verano, para ganarnos en poco tiempo como padres en la tierra lejana adonde Dios le había enviado. Conversaciones mínimas y unos pocos emails, con palabras sencillas de un idioma extranjero, en las que nos hicimos uno en la fe en Dios nuestro Padre.
Dios cuida cada detalle de sus regalos. Y nos regaló una fugaz despedida de Kiko en Colmenar, en su camino de Vic a Granada, en 10 minutos en los que nos dio su abrazo, con alguna lágrima en los ojos; sin saber que sería el último, sin saber que serían las últimas.

No te digo adiós, Kiko, sino hasta luego; no te has ido lejos. Mamá María te ha llevado el Corazón de Jesús, donde nos esperas para el abrazo en el que gritaremos en un idioma común “Gloria a Dios!” Mientras, cumple tu vocación de misionero, como voz ante el Padre que pide por quienes no le conocemos como tú.

En el Señor,
César Funes.
Familia Funes Gabaldón.

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El P. Muñíz, Claretiano octogenario que vivió con Kiko en la comunidad de Granada.

Encuentro con Kiko           
  
Nuestro encuentro fue corto. Pero si el tiempo fue breve, no impidió la intensidad. Él, un novicio chino veinteañero y yo un claretiano español octogenario en el atardecer de su vida.

Lo que él viera en mí no importa tanto como lo que yo pude ver en él. A  sus 27 años y en su cara abierta, en su mirada inquisitiva y en su sonrisa permanentemente esbozada, yo veía el futuro. El gran telón de fondo de China y el más inmenso aún de todas las tierras y gentes de la Delegación Claretiana de East Asia.

Su rostro sonriente proyectaba en mi interior vivencias muy queridas, relacionadas con aquellos territorios: fui connovicio de Damián Lü, que, si no me equivoco, fue el primer novicio nativo de China; con el P. Salvador Alfageme, misionero en Tunky, conviví algún tiempo cuando, expulsado por los comunistas junto con Damián, llegaron a Bética. Tuve la suerte de hacer unos ejercicios espirituales, inolvidables, con el P. Fogued, primer prefecto apostólico de aquella misión. La figura y los sueños misioneros del mártir Rafael Briega, que al ver imposible su realización, aceptó gustoso “ofrecer gustoso mi sangre por las Misiones de China”, se proyectaban con toda viveza desde aquella ávida mirada suya, pendiente de mis palabras.
A esas vivencias se sobreponía lo que Kiko significaba y yo veía en él: El anuncio del Evangelio, al estilo de Claret, allá donde están las zonas más pobladas de la tierra y donde menos se conoce a Cristo Salvador. El futuro de una Iglesia ni europea ni europeizada, viva y vibrante, el futuro de aquella siembra generosa que iniciaron claretianos generosos y esforzados a mediados del siglo pasado. Lejos de su tierra, de su familia, de su cultura y sin poder utilizar su lengua; sin internet, sin skype ni WahtsApp, sin conexión aérea que acortara los meses que, a través del canal Suez y del océano Índico, alejaban East Asia de España, aquellos hombres vivieron tremendas soledades.
También Kiko vivía su profunda soledad. Tan profunda que no llegaba a manifestarse al exterior, ni a menguar su sonrisa y su alegría. Tan profunda como profunda era la experiencia de la presencia de Dios en él. Y a ese Dios, el de todos, el de occidente y de oriente, del norte y del sur, era al que él quería anunciar allí donde tantos hablan la lengua que él no podía ahora hablar y donde otros heroicos misioneros claretianos intentaron sembrar en su momento la Buena Noticia de Jesús.

Sonrisa y alegría, alegría y sonrisa. “Yo estoy aquí porque Dios lo quiere” y porque Dios lo quiso, se encontró también con sus hermanos. De la experiencia de Dios, a la experiencia de la familia de Dios. No sólo aquellos hermanos alejados física, y religiosamente, que contemplaba como objetivos de su futura vida misionera. Sino también estos hermanos, éstos, los de casa, los de la Delegación de East Asia, los de Colmenar Viejo, los de Granada. Hermanos con los que compartir una fe y una misión; hermanos a los que amar y por quienes ser amado; hermanos, hijos de un mismo Padre y de un Madre toda Corazón.
Se encontró con una nueva familia, se encontró “en familia” y hacia esa familia se volcó con toda su generosidad, en acogida y en servicio. Los españoles tenemos la impresión, creo que bien fundada y cierta, de que los orientales son más delicados, con formas exteriores significadas de respeto y educación para con los otros. Kiko tenía eso. Pero algo más. Un “no sé qué” propio y personal. Deduzco que lo que él tenía tan claro: hijo de Dios, hijo del Corazón de María, lo hacía cordial. Cordial (de corazón) de una manera tan especial.

Y de esa familiaridad cordial con todos los hijos de Dios y, muy especialmente, con los que, además, lo son también de María, nacía el espíritu de servicio. Servicio siempre alegre, atento, ágil. El comedor de una comunidad religiosa numerosa es un magnífico observatorio para ver quién, con toda naturalidad y con toda sencillez, hace de su vida un servicio y quien vive más bien inclinado a que le sirvan. Yo pude observar a Kiko, y no era, en absoluto, de esta última clase.
Quería que yo le contara de mis experiencia, de educación en nuestros colegios, de la dimensión europea de la educación, de los Congresos Internacionales de la Educación Católica en Bangkok (Tailandia) y en Jaipur (India), aunque ya pertenezcan a un pasado cada vez más lejano. Y de las personas de China con las que me he ido encontrando.

El tiempo fue breve, la intensidad, grande. El recuerdo, permanente.

Al ir escribiendo estas líneas, otra figura se ha ido proyectando también en mi mente. La de otro claretiano del Extremo Oriente, joven como Kiko, muerto joven como él y también de una manera inesperada: la figura de Félix Juaton, de Filipinas, fallecido en 1981. Los claretianos jóvenes de la Delegación de East Asia y las nuevas vocaciones tienen en estos hermanos una referencia nítida que iluminará su camino misionero hoy y los enriquecerá en su vivencia de la Comunión de los Santos.  
                                                                                                                 
Carlos Mª Díaz Muñíz, cmf 25.07.13

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El Claretiano P. José Cristo Rey García P.

Un nuevo sábado santo: ¿porqué, porqué?

¡Dos días de Julio marcados por la muerte! El lunes por la tarde nos vemos sorprendidos por la muerte uno de nuestros novicios, nuestro querido Francis-Kiko, misionero claretiano chino. El miércoles por la noche nos vemos sorprendidos por un terrible y dramático descarrilamiento de un tren en Santiago de Compostela con 80 personas fallecidas y más de 168 personas heridas. No me pregunto por las causas de lo irremediable. Me pregunto por la causa de las causas: nuestro Dios. ¿Pero quién soy yo para juzgar a mi Dios? Sí quiero, no obstante, expresarle mi zozobra y decirle que creo en Él, “a pesar de…”

El 21 de Julio a las cinco y media de la tarde muere uno de nuestros novicios. Se llamaba Guangqiang Gao. Lo llamábamos Francis-Kiko. Yo lo conocí en Pekín, después en Zhuhai. Era como el hermano pequeño de la familia que nos estaba naciendo en China. Un misionero claretiano que comenzaba a nacer. Me recogió y después me acompañó hasta el aeropuerto de Pekín. Aquella tarde oramos juntos, comimos juntos en la humilde casita. ¡Qué alegría sentí al verlo aquí en España con motivo de la JMJ2011, y comprobar su ya consolidada vocación. Más todavía, ¡cuando supe que venía para hacer aquí su noviciado! Francis-Kiko logró superar muchas pruebas para iniciarse e integrarse en nuestra vida misionera En él pusimos nuestras esperanzas misioneras en China. Alegre, perseverante, se hacía querer tanto… Llevaba consigo como una inocencia feliz, una humildad innata… Y he aquí que la muerte se lo llevó misteriosa e inexplicablemente un poco antes de culminar su noviciado. (…)

¿Cómo invocarte como Abbá, como Padre y Madre -fuente de vida- de todos nosotros, cuando al parecer nos abandonas y no te preocupa que podamos morir? O ¿cómo explicar, que quienes en estos casos soslayan el peligro puedan exclamar “gracias a Dios”, mientras tantos otros perecen sin que Tú, Dios mío, les concedas tu gracia? Tratamos de justificarte hablando de cómo en el dolor, en el sufrimiento, sigues a nuestro lado, curando nuestras heridas, atendiéndonos en nuestra desesperación, consolándonos a través de buenos samaritanos y samaritanas, generando mucha solidaridad entre nosotros. Pero, Dios nuestro, ¿es esa la realidad?

De verdad que eres un Dios escondido, que tus caminos no son nuestros caminos y nos llevas por senderos que ignoramos. Los humanos no somos quiénes para decretar tu existencia o tu inexistencia.Quienes creemos en Tí, Abbá, no debemos justificarte a base de argumentos simplistas, que ni conmueven el corazón, ni iluminan la mente; ni precipitarnos en identificar lo que sucede con  un “hágase tu voluntad”.
Creemos que aquel Dios del Calvario se hace presente en tantos otros inexplicables sufrimientos humanos, en tantos otros viernes santos de la humanidad: en los campos de concentración, en las cámaras de gas, en los resultados de los terremotos, los tsunamis, los corrimientos de tierra, los aludes y sus terribles consecuencias en los humanos. Creemos que Dios estaba allí cuando Francis-Kiko se ahogaba, cuando el tren enloquecido por la velocidad tomó la curva, descarriló causando tanta destrucción y muerte.

Ahora nos encontramos en el sábado santo del “duelo”, del “dolor”. Nos estamos asomando a un infierno de dolor, de lágrimas, de obligadas despedidas. Sí estamos de luto, tratando de comprender ese infierno en el que parece que no hay Dios.

Abbá nuestro, nada conseguimos con negarte, con prescindir de ti. Tú eres el Dios-Amor. Tú no estás con los verdugos, tú no empujas las realidades que matan. Tú eres un Dios clemente y compasivo y no eres indiferente a nuestro dolor.  Haznos comprenderte, Padre nuestro, en circunstancias como éstas. Comprende nuestras preguntas, nuestras dudas, nuestras penas.

Estamos en nuestro “sábado santo”. El día de tu silencio. El día de María della Pietà. El día del llanto, de la pena, el día de tu Presencia más misteriosa en el dolor más inexplicable. (…)