Saludos Navideños


En Navidad nos mandamos mensajes, renovamos nuestra amistad y nuestra fraternidad. El consumismo grita a nuestro lado. Compartimos con ustedes una hermosa reflexión que nos llega de Ángel Aparicio, misionero claretiano en Madrid:

Una de las puertas por la que se accede a la basílica de la Natividad del Señor, en Belén, es muy baja. El visitante tiene que agacharse para entrar en el recinto sacro. Mirando hacia la tierra (humillándonos) nos adentramos en el misterio sublime del Excelso: Aquél que está por encima de todo, que es Excelso por los siglos, quiso humillarse y hacerse como uno de tantos: "No se avergüenza de llamarnos hermanos". Ya en el interior de la basílica, una estrella indica al peregrino el lugar del nacimiento del Señor: "Aquí nació, de María Virgen, Jesucristo". Es estremecedora esta leyenda que circunscribe a un lugar bien preciso y a ras de suelo la presencia del que está por encima de todo: es el Inmenso e Inabarcable. ¡Misterio del amor...!

Ante el don de Dios, quisiéramos acoger la invitación eclesial y postrarnos en humilde adoración:
"Venite, adoremus! = ¡Venid, adorémosle!
Nuestra inclinación humilde se torna adoración. Ojalá fuera una adoración ininterrumpida porque el amor que nos muestra nuestro Dios ya no tiene frontera alguna, ni temporal ni territorial.