… moría en Pekín, el 11 de mayo, Mateo Ricci. No voy a hablar de su vida, pues no son pocas las biografías y libros basados en ella. Voy a hablar del “hoy del ayer”.
Para aquellos que nos encontramos en China realizando una labor evangelizadora Mateo Ricci es referencia constante, aquel que al morir comentaba a sus hermanos Jesuitas que la puerta de China estaba abierta para el Evangelio, y ahora era cuestión de mantenerla así. No obstante, a los pocos años de la muerte de Ricci una amarga polémica marcará el Cristianismo en China, hasta el punto de amenazar su misma existencia: La Controversia (o Disputa) de los Ritos Chinos. Aunque fue algo que afectó a todo el Asia, en China llevo a la prohibición y persecución del Cristianismo en China por el Emperador y la desconfianza hacia esta religión en la dinastía Qing. Serán los cañones—Guerra del Opio—y los Tratados Desiguales los que, desde mediados del siglo XIX, volverán a abrir China al Evangelio, enlazando Evangelio e Imperialismo, e iniciando los 100 años de vergüenza nacional que hoy en día sigue hiriendo sensibilidades. El resultado fue, que con la llegada del Gobierno Comunista y la proclamación de la República Popular China el 1 de Octubre de 1949 las Iglesias Cristianas (Católica incluida) se vieron acusadas -no sin razón, aunque con insidia- de imperialistas y colonialistas. Una vez más el Cristianismo en China entro en una fase de supervivencia. Con el Proceso de Reforma y Apertura iniciado por Deng Xiaoping tras la Revolución Cultural se pudo constatar el terrible daño y sufrimiento de la Iglesia Católica en esos primeros 30 años de vida de la “Nueva China” (1949-1979). Los años siguientes (1979-2009), ya en una situación cada vez más prometedora, han sido años de “contar las bajas”, reorganizarse y reconstruir lo destruido; aún queda mucho por hacer, especialmente en lo referente a la formación de una Iglesia Renovada desde las indicaciones del Vaticano II (un Concilio que llegó a China a partir de 1980 desde las “formas”, más que los “fondos”), y al establecimiento de una adecuada relación entre Estado e Iglesia Católica, basada en la autonomía y el respeto y enriquecimiento mutuos.
Del 19 al 22 de Abril nos reunimos en la Universidad Católica de Fu Jen (Taiwán) para honrar la figura de Mateo Ricci, y sobre todo compartir y profundizar en las investigaciones referentes a su persona, su visión del Cristianismo en China, del diálogo entre Fe Cristiana y Cultura China…. Fueron cuatro intensos días con numerosas presentaciones a cargo de investigadores venidos de más de 15 países y de diversos campos de investigación; numerosos académicos provenían de China, un gran soplo de viento fresco y esperanza frente a las complicaciones que solían tener para acudir a encuentros internacionales unos pocos (6-7) años atrás.
Algo que quedó claro en estas sesiones académicas es que Mateo Ricci fue, además de misionero, un amante de China y su pueblo; para ello, como San Pablo, no dudó en hacerse Chino con los Chinos. Su “sinificación” fue un proceso de dentro afuera, esto es, como también dice San Pablo, la conversión de la mente (metanoia) —el modo de pensar y entenderse—y de ahí a la conversión externa, en sus maneras, vestido, lenguaje… Ese fue el genio de Mateo Ricci y que tanto nos cuesta emular. El libro del Tao (11) nos recuerda la utilidad del vacío, y Mateo Ricci para poder ser Chino con los Chinos tuvo que hacer kénosis (Fil 2,5-8) de su propia cultura, despreciando aquello que consideró superfluo, manteniendo lo esencial e irrenunciable, aquello sin lo que dejaría de ser quien es, para dejar espacio a esa nueva idiosincrasia con la que entablar un diálogo de vida que daría lugar al Mateo Ricci que ha pasado a la historia, alguien venerado tanto en el Atlántico como en el Pacífico.
Mateo Ricci no amó su idea de China o de los chinos, sino la realidad de China y los chinos. Por supuesto que, como buen científico –alguien que aprende de observar la realidad- era conocedor de las deficiencias de la sociedad china y las limitaciones e imperfecciones existentes entonces. Eso, no obstante, no le llevo a cerrarse a esa realidad, sino a entablar un diálogo fructífero donde ambos interlocutores pudieran salir beneficiados, ya que ambos son conscientes de que llegan al diálogo incompletos, con carencias. Hoy en día se echa de menos esta humilde actitud y es, al menos, tan común el pontificado como el diálogo, si no más. Mateo Ricci se abrió al diálogo con la cultura china de su tiempo, marcadamente Confuciana; la miopía posterior hizo perder, con la Controversia de los Ritos, un tren muy importante a la Iglesia Católica. Hoy en día la revitalización del Confucianismo –según comenta mi profesor- está muerta de raíz, ya que está vacía, es básicamente propaganda y eslogan. Se quiere revitalizar el Confucianismo como entramado ético de la sociedad china, pero ni los mismos académicos se comprometen a vivirlo. Ese es el poder fáctico del Cristianismo, ya que es una ética basada en un compromiso personal y comunitario de fe, y una fe en continuo diálogo con el mundo y la sociedad.
En el año 2010, 400 años después de la muerte de Ricci son muchos los que desde la fe Cristiana están intentando recuperar un diálogo fructífero con la tradición Confuciana China… pero tras 60 años de Marxismo ¿no sería ya hora de intentar establecer ese mismo diálogo con la academia actual, que ha sido mayoritariamente educada en la filosofía Marxista? La cultura China del S. XXI va a estar asentada en dos tradiciones, la que ha recibido de su milenaria cultura—Confucianismo—y la que ha vivido en los últimos 60 años, Marxismo. Si sólo dialogamos con un polo de esta nueva realidad bipolar que es la Nueva China, me temo, que como en el S. XVIII y la Controversia de los Ritos, perderemos otro tren… y ya no quedan muchos más que tomar.